Siendo más fuertes los señores feudales que los reyes, las ciudades no eran habitadas como lo serían posteriormente. Habiéndose perdido además la ciudadanía romana sustituida por los estamentos medievales y descompuesto las estructuras centralizadas del Imperio, el poder se encontraba muy disperso, al igual que los plebeyos.

La vida dentro de cada feudo era muy dura, para los plebeyos claro. Las familias del último estamento, el tercer Estado, rivalizaban con condiciones típicas de un país tercermundista actual. Para empezar, se les fiaba una porción de tierra dedicada al cultivo y de lo que sacaban, debían de entregar al señor feudal dos tercios, aunque en cada feudo el porcentaje de deuda era mayor o menor. Sin la ayuda de una tecnología muy avanzada y sólo con la ayuda de artilugios y animales de carga, por los que debían pagar por su alquiler, los plebeyos combatían el frío y el hambre con la enfermedad, sin olvidar las múltiples ocasiones en las que les llamaran para hacer la guerra. Teniendo que pagar hasta por usar los puentes y las rudas del señor feudal, en la mayoría de ocasiones apenas alcanzaban a pagar sus deudas.
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